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Monedas desde el cielo – El cuento:
Había una vez una devota niñita muy pobre, cuyos padres habían
fallecido. Estaba totalmente sola. Ni siquiera tenía un techo bajo el que
dormir y no le quedaba más que una camisa, un vestido, un abrigo y un
sombrero.
Un día un hombre muy rico le regaló un poco de pan. La niña se puso
muy contenta, pues no había comido nada en mucho tiempo. Con el pan
en la mano, se adentró en el bosque.
En el camino, se encontró con un hombre pobre que le dijo: “Ay, por
favor, ¿me das algo para comer? Tendo tanta hambre”. A la niña le dio
tanta pena que le dio su único trozo de pan.
Un poco después, un niño pequeño se le acercó llorando y le rogó:
“Tengo tanto frío... ¿no tendrías algo para abrigarme, por favor?”. Sin
pensarlo ni un solo momento, la niña se sacó el sombrero y se lo ofreció.
Ya sin sombrero ni pan, continuó avanzando hacia el bosque. Entonces
vio a una mujer viejecita que temblaba de frío, ya que llevaba apenas
unos harapos como ropa. La niña no podía soportar verla así y le dio su
abrigo inmediatamente.
Justo después, se cruzó con una niña muy pequeña, que sólo llevaba una
camisa y tiritaba por el frío tan terrible que hacía. Sintiendo una enorme
compasión por ella, la niña se sacó el abrigo y se lo dio a la pequeña.
Ya sin abrigo, vestido, sombrero ni pan, se adentró en lo profundo del
bosque. Estaba muy oscuro cuando oyó unos débiles sollozos: allí,en
medio del bosque, había un niño pequeño, cuyos dientes castañeaban de
frío. Cuando vio a la niña, le pidió su camisa. Entonces la niña, tan
devota como era, pensó: “es una noche oscura, así que nadie me ve y
este niño necesita la camisa más que yo. Así que sin dudarlo ni un
segundo, le dio su camisa. El niño se alegró mucho y se le dio las gracias
de todo corazón.
La pobre niña se quedó de pie en el bosque, sin absolutamente nada que
le quedara, cuando de repente unas estrellas cayeron del cielo. Se dio
cuenta entonces de que las estrellas eran en realidad preciosas monedas
de oro. Absolutamente asombrada, observó que iba vestida de seda de
arriba a abajo. Cogió las monedas y se las guardó en su bolsillo, inmen-
samente feliz porque ya no tendría que preocuparse por nada nunca más.
Desde entonces, la Niña de las monedas de la suerte vivió muy feliz toda
su vida.
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